domingo, 14 de noviembre de 2010

Una apreciación rápida.

En este último mes he tenido la oportunidad de catar diferentes orígenes de café, desde un famoso Kopi Luwak hasta cafés más comunes para nosotros como un fraijanes de Guatemala o uno de nuestros intensos pacamaras.


Para quienes no saben Kopi Luwak es un café producido en islas como Sumatra en el cual su proceso de preparación se inicia cuando un animal llamado civeta de aspecto parecido a un mapache ingiere los granos y luego los excreta dando como resultado un grano con un aspecto físico parecido a un grano que haya recibido un proceso lavado, con ciertas tonalidades rojas y/o amarillas, dicho café logra en ocasiones alcanzar precios elevadísimos de hasta $600 el kilo, pero realmente uno está pagando lo exótico del café porque para mí paladar no representó ningún estimulo interesante.


Sorprendentemente en una de dichas mesas de catación me encontré con 2 cafés que me llamaron mucho la atención, un café de Zimbabue que sobresalió en una mesa poblada de cafés americanos y un par de sumatras; ese sabor intenso a mandarina que terminaba con un dulce sabor a manzana verde que me acompaño durante toda la catación; he tenido la posibilidad de probar este origen en otras cataciones pero quizá el hecho que en tales ocasiones estuviera acompañado de otros cafés africanos opaco sus cualidades; ese café quedaría excelente con un tueste un poco claro, permitiendo que sobresalgan esas notas frutales que notablemente se imponían en esta muestra. El otro café que sobresalió fue un café de origen brasileño que lamentablemente no conocimos de que región era, pero denotaba sabores a cuero con un cuerpo cremoso pero sin perder la finesa en la taza, se podría decir que estos dos cafés eran 2 rivales opuestos uno brillante, exótico y sorprendente contra un elegante y robusto café que sin duda no sobresaldría en una cata exigente pero que ciertos catadores apreciamos sus atributos.

Impertinentemente aparece una muestra con un sabor característico, un sabor imposible de olvidar esas notas florales de un Sidamo de Etiopia, a pesar de que la muestra no era una de las mejores expositoras de dicho origen prevalecía el sabor a jazmín que si, en un primer momento impacta, ya que no nos encontramos acostumbrados a encontrar dichos sabores a diario pero que decepciono mucho frente a sus rivales, a pesar de que considero este origen como uno de mis predilectos.

Por último quisiera rescatar que aunque los cafés salvadoreños que se encontraban en dichas mesas eran ya un poco viejos, sobresalían mucho un par de pacamaras que imponían su sabor achocolatado tan característico que si dichas cataciones se hubieran realizado en otro país, quizá hubieran salido más a relucir pero al tener una mesa con sabores exóticos, tendemos a ponerle más atención a los menos conocido.

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